20 de julio de 2008.- Si la presidenta argentina fuese bañada en aguas de humildad tal vez pudiese hacer un balance de los últimos acontecimientos que la llevaron a su peor momento desde que llegó al poder. No será una labor sencilla, pero sus tres años y medio de gestión por delante merecen ese esfuerzo. Cristina Kirchner tiene derecho a saber por qué sufrió una derrota colosal contra el sector agrario, cuando su propio vicepresidente desempató la votación en el Senado, al votar contra el proyecto oficial de aumento impositivo a los productores rurales.
De todos los errores que pudo haber cometido la Presidenta, hay uno que le perdonan: la arrogancia. Es cierto que no es un pecado original, la mayoría de los políticos argentinos la tienen, pero Cristina Kirchner ha sido la reina de las arrogantes. Su incapacidad para conceder algo en un conflicto que le llevó casi cuatro meses de los seis que tiene su gestión la llevó al punto de casi conceder todo, cuando se barajó, en charla familiar-partidaria con su marido y ex presidente, la posibilidad de renunciar ante el revés parlamentario. Así de extremistas son los Kirchner, tanto ella como él.
Aunque hay que ser justos con la Presidente, ¿cómo se le puede pedir humildad a una dirigente nacida en una sociedad que se cree superior a sus vecinas? El chiste de que los argentinos se suicidan arrojándose desde su propio ego es anterior a que Cristina Kirchner ingresara a la política.
Gran parte de la sociedad argentina lo perdona todo, o casi todo: puede aceptar ciertos niveles de corrupción del Gobierno; también que le disfracen los números de la inflación o "creerse" otros cuentos relatados con la arrogancia oficial. Claro, mientras la economía vaya bien.
El fabuloso conflicto entre Cristina Kirchner y los productores rurales empezó a preocupar a todos por su extensión. La crisis económica comenzó en las ciudades pequeñas y ya se trasladaba a las grandes, cuando el vicepresidente "mató" el proyecto de aumentar los impuestos al campo con su voto de desempate. Para el Gobierno, ese proceder fue traición, para el resto de la sociedad no involucrada en el problema, sensatez.
La humildad, sencillez y espíritu abierto al disenso del vicepresidente Julio Cobos contrasta muchísimo con el de su presidenta. Y ahora, tras ese final de película en la pelea con el campo, esas diferencias pueden medirse. El vicepresidente escaló a los primeros puestos de imagen positiva, mientras Cristina y su arrogancia se hunden por debajo del 15% de aprobación. Aun así, la Presidenta tiene una maravillosa oportunidad para comenzar a escalar en el propio foso que se cavó, aunque para advertirla necesita despojarse de su vanidad.
De todos los errores que pudo haber cometido la Presidenta, hay uno que le perdonan: la arrogancia. Es cierto que no es un pecado original, la mayoría de los políticos argentinos la tienen, pero Cristina Kirchner ha sido la reina de las arrogantes. Su incapacidad para conceder algo en un conflicto que le llevó casi cuatro meses de los seis que tiene su gestión la llevó al punto de casi conceder todo, cuando se barajó, en charla familiar-partidaria con su marido y ex presidente, la posibilidad de renunciar ante el revés parlamentario. Así de extremistas son los Kirchner, tanto ella como él.
Aunque hay que ser justos con la Presidente, ¿cómo se le puede pedir humildad a una dirigente nacida en una sociedad que se cree superior a sus vecinas? El chiste de que los argentinos se suicidan arrojándose desde su propio ego es anterior a que Cristina Kirchner ingresara a la política.
Gran parte de la sociedad argentina lo perdona todo, o casi todo: puede aceptar ciertos niveles de corrupción del Gobierno; también que le disfracen los números de la inflación o "creerse" otros cuentos relatados con la arrogancia oficial. Claro, mientras la economía vaya bien.
El fabuloso conflicto entre Cristina Kirchner y los productores rurales empezó a preocupar a todos por su extensión. La crisis económica comenzó en las ciudades pequeñas y ya se trasladaba a las grandes, cuando el vicepresidente "mató" el proyecto de aumentar los impuestos al campo con su voto de desempate. Para el Gobierno, ese proceder fue traición, para el resto de la sociedad no involucrada en el problema, sensatez.
La humildad, sencillez y espíritu abierto al disenso del vicepresidente Julio Cobos contrasta muchísimo con el de su presidenta. Y ahora, tras ese final de película en la pelea con el campo, esas diferencias pueden medirse. El vicepresidente escaló a los primeros puestos de imagen positiva, mientras Cristina y su arrogancia se hunden por debajo del 15% de aprobación. Aun así, la Presidenta tiene una maravillosa oportunidad para comenzar a escalar en el propio foso que se cavó, aunque para advertirla necesita despojarse de su vanidad.
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