El increíble arresto del mayordomo papal y el cese del presidente del IOR delatan una guerra que ya es abierta y de efectos imprevisibles
El Papa se encuentra cada vez más solo en medio de un sordo enfrentamiento entre camarillas
El Ángelus del domingo en San Pedro ofreció una escena nunca vista: Benedicto XVI fue abucheado, literalmente pitado. Varios centenares de personas habían ido a protestar por el silencio de la Santa Sede en el caso de Emanuela Orlandi, la chica de 15 años, hija de un empleado vaticano, desaparecida en 1983. Es un misterio turbio en el que se sospecha una extorsión al Vaticano de la Mafia y el mundo criminal por un gran préstamo no devuelto, dentro de los escándalos del banco vaticano, el IOR, en los ochenta. El caso se ha reabierto y el hermano de la chica, Pietro, ha recogido ya 80.000 firmas para que el Papa revele lo que sepa. El domingo esperaron un gesto, una mención. Al final Ratzinger tuvo su retahíla de saludos a los asistentes, de la asociación de esclerosis múltiple a la federación de tiro con arco, pero ni una palabra sobre Emanuela Orlandi. Entonces le pitaron.